El comienzo de todo siempre es una simple atracción. El secreto debe estar (y digo debe, porque yo todavía no he sido capaz de ponerlo nunca en práctica) en saber guardar las formas y esconder los sentimientos. Guardarlos bien, allí donde estén a salvo, donde nadie más que tú pueda sacarlos en el instante que crea adecuado.
Pero yo no sé hacer nada de eso. Yo no sé mirarte y no quererte, ni sé ver tu sonrisa sin sonreír.
Yo no sé pensar en ti sin tener ganas de todo, pero contigo.
Y la verdad es que todo esto es un lío bastante grande. Un sentimiento sin pies ni cabeza. Una ilusión sin argumentos... Se me ocurren mil maneras más de calificarlo, pero al fin y al cabo todas llevan a lo mismo, a la misma nada.
Pero así seguimos, sabiendo esto y comportándonos igual. Siendo igual de imbéciles todos los días, viendo cosas que no, que no son ni medio lógicas y demostraciones de esa inmensa nada. Dando un todo por un nada, y no, no nos cansamos nunca.
Y lo reconozco; mi comportamiento es absurdo en lo que a ti se refiere, pero soy incapaz de cambiarlo.
Puedo proponerme mil cosas, que tú vienes con una sonrisa en la cara y esas mil, y las mil siguientes que sé que a los dos días me propondré, ya se han ido a la mierda.
Y eso es lo inexplicable, que tú, sin razón alguna, puedes con todo. Tan pronto levantas mi mundo como lo hundes 10 metros por debajo de mis pies.